Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida

Nuestro Señor Jesús enseñaba en una sinagoga de Cafarnaún y sus discípulos empezaron a alejarse de su doctrina, pues ni le entendían ni le creían, Jesús enseñaba el misterio por el cual Él mismo se hacía llamar “el pan vivo bajado del cielo” , en este texto queda sentada la promesa de la Eucaristía, fue un asunto inesperado para sus seguidores y muy claramente lo enseña el Evangelio de San Juan: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban con él”. Juan 6,66.

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”. Los judíos discutían entre ellos: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Juan 6,51-52.

Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él”. Juan 6,53-56.

¿Hablaría Jesús de cosas que no puede sostener? ¿Hablaría Jesús de un tema sin ningún fundamento y sin sentido real? Sabemos que no, de hecho, las afirmaciones de Jesús son una promesa: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente”. Juan 6,56-58.

Muchos discípulos, al oírlo, dijeron: “¿Esto que dice es inadmisible. ¿Quién puede admitirlo?”. Juan 6,60. Esta tendencia a no admitir las enseñanzas de Jesús aparece durante muchas ocasiones en el Nuevo Testamento; se puede recordar que cuando Jesús hablaba con Nicodemo al respecto del bautismo, afirmó que Él hablaba de las cosas del cielo porque Él las había recibido por parte de Dios Padre, pero advierte a Nicodemo que los hombres son tercos ante sus enseñanzas y no las comprenden y no las aceptan.

Jesús, conociendo que sus discípulos hacían esas críticas, les dijo: “¿Esto os escandaliza? ¡Pues si vierais al hijo del hombre subir adonde estaba antes! El espíritu es el que da vida. La carne no sirve para nada. Las palabras que os dicho son espíritu y vida. Pero entre vosotros hay algunos que no creen”. (Jesús ya sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar.) Y añadió: “Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no le es dado por el Padre”. Juan 6,61-65.

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban con él. Juan 6,66.

Jesús preguntó a los doce: “¿También vosotros queréis iros?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios”. Juan 6,67-69.

Usualmente las sectas protestantes rechazan el Sacramento de la Eucaristía, este texto de Juan revela que entre los primeros seguidores de Jesús hubo incredulidad. Es interesante observar que, aquellos quienes habían visto los milagros de Jesús con sus propios ojos, eran incapaces de comprender que Él sería comido y bebido. ¿Cuánta incredulidad no habrá hoy mismo? Incluso muchos católicos han llegado a dudar que la Eucaristía es un suceso de verdadero carácter espiritual.

El Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1340: “Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino”.

Es supremamente importante que los católicos resaltemos el valor de la Eucaristía, tomar disposiciones para vivir cada encuentro con Jesús en este Sacramento con la debida reverencia y ante todo con mucho amor y fe. Afirmémonos en las palabras de San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios”.

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