Velad y orad para que no caigáis en tentación

Aquella noche, Jesús llevó a tres de los apóstoles con él, les pidió que le acompañaran a orar, pero luego de unos momentos los apóstoles se durmieron. Jesús los despertó y puso especial énfasis en Pedro, dándole instrucciones precisas de permanecer en vigilancia de sí mismo y de las debilidades intrínsecas a la condición humana: “Velad y orad para que no caigáis en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.” Mateo 26,41.

Estas palabras del evangelio no se dirigen únicamente a Pedro —primer Papa y roca sobre la cual se fundó la Santa Iglesia Católica—, sino que también se dirige a todos los cristianos de todos los siglos que habían de venir, pues no deja de ser cierto que el corazón humano se inclina al pecado, incluso cuando el espíritu del cristiano está dispuesto a labrarse un camino en santidad; y Jesús lo afirma en el mismo momento: la carne es débil.

Con el tiempo esta sentencia ha sido muy usada por la sociedad para refiere a los comportamientos adúlteros, sin embargo, la debilidad de la carne se refiere a que la humanidad, en su carácter material es capaz de quebrarse y sucumbir, de modo que por esta debilidad un pensamiento malvado puede convertirse en un acto de corrupción, robo, calumnia o asesinato, sin olvidar el ya mencionado adulterio.

San Pablo explica en otros momentos que lo corruptible del hombre previene de la carne o la materia, y llama a los que han empezado un camino de conversión para que nunca se confíen: “Por tanto, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer. No os ha llegado ninguna prueba insuperable. Dios es fiel y no permitirá que seáis sometidos a pruebas superiores a vuestras fuerzas; ante la prueba os dará fuerza para superarla.” 1 Corintios 10,12-14.

Del mismo modo, este versículo nos recuerda que Dios da las gracias necesarias para que un pecador enfrente las tentaciones, de ahí que las palabras de Jesús hayan sido: velad y orad para no caer en las tentaciones.

“Vosotros, sin embargo, queridísimos hermanos, avisados de antemano, estad en guardia, no sea que, arrastrados por el error de los libertinos, decaigáis de vuestra firmeza; creced más bien en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” 2 Pedro 3,17.

San Pedro nos transmite el mismo consejo que aquella noche recibió de Jesús: mantenerse en guardia. No sólo se preocupa por las ideas pecaminosas que pueden venir de nuestros corazones, sino que también se preocupa por las ideas y los mensajes pecaminosos que otros promueven para debilitar las bases de la fe cristiana.

No es un error, la fe cristiana tiene enemigos que hacen parecer el pecado como algo bonito y amable: ¿Cuántas organizaciones promueven el aborto? ¿No son estas promotoras de asesinatos dentro del vientre de la mujer? ¿Cuántos filmes se dedican a promover todas las formas de adulterio? ¿Cuántos partidos políticos preparan el camino para que los niños sean adoctrinados con ideologías de género? ¿No aseguran todos estos que hacen un bien? Ese es el tipo de peligro que advierte San Pedro.

Hay dos caminos: o se acepta a Dios y sus planes de amor eterno o se intenta conseguir éxitos y alegrías según los pensamientos de la carne. Las Santas Escrituras nos dicen: “[….] Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los injustos, ni anda por el camino de los extraviados, ni se sienta en el banco de los cínicos; sino que en la ley del Señor pone su amor y en ella medita noche y día.” Salmos 1,1-2.

Así veía el salmista la forma de conocer sus propias debilidades, vigilaba; pueden imitarse las palabras del salmista en el momento de la oración: “Examíname Señor, y reconoce mi interior, explórame y conoce mis pensamientos; mira si voy por mal camino y guíame por el camino eterno.” Salmos 139,23-24.

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